Cada vez se hacía más estrecho.
-Oiga, perdone, pero no puedo pasar- dije con voz clara y alta, pero la espalda ruda y corpulenta no se movía del lugar.
Intentaba estrecharme en el anguloso espacio pero, ni siquiera un brazo llegaba a atravesarlo.
Asomaba el ojo, la locomotora se ponía en marcha -¡Pasajeros al tren! – gritaba como si de una película se tratase. Entonces la impotencia se adueñó de mis ojos, que desprendían sin querer un par de gotas que llegaban hasta mi boca para que fuera apreciado ese gusto salado.
-Me está oprimiendo el paso, haga el favor de apartarse, debo coger ese tren- repetí en vano
El rugido de los motores se hacía cada vez más fuerte, al igual que mi ansia por atravesar esa barrera que me separaba de mi destino, la gente se aceleraba, iba cada vez más rápido, mi mirada se desenfocaba en un sinfín de movimientos, luces y estruendos.
Quién sabe si mi destino no es más que aguardar observando como ese tren partía, el ruido se alejaba y yo me perdía en su avance…
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